En muchos rincones de nuestro país, sobre todo en los pueblos, se escucha con frecuencia una frase que parece inocente, pero esconde una trampa emocional: "como lo nuestro, nada". Se dice entre risas, entre brindis, en fiestas, en conversaciones cotidianas. A veces con orgullo sano. Pero otras, con una dosis peligrosa de cerrazón que impide mirar más allá del campanario.
No se trata de renegar de las tradiciones, de la identidad, ni del valor de lo propio. Al contrario. Las raíces son necesarias. Son memoria, sostén y pertenencia. Pero cuando ese "lo nuestro" se convierte en argumento para no dejar paso a nadie más, cuando se usa para despreciar lo que no es de aquí, cuando se transforma en frontera, entonces deja de ser identidad y empieza a ser trinchera.
En ciertos contextos rurales —aunque no exclusivamente— se confunde amor con supremacía, pertenencia con exclusión, orgullo con soberbia. Y así se va construyendo una especie de nacionalismo local, de pequeño imperio que se cierra sobre sí mismo. Lo mío, lo nuestro, lo de aquí… como si todo lo de fuera viniera a perturbar, a robar, a ensuciar.
Se mira con desconfianza al que propone algo nuevo, al que viene de fuera, al que piensa distinto. Se ignora al que quiere sumar desde otro acento, otro origen o incluso desde una mirada crítica. Y se aplaude, en cambio, al que repite lo de siempre aunque no aporte nada, solo por el hecho de ser de aquí.
¿De qué sirve una tradición si no dialoga con el presente? ¿Qué sentido tiene defender "lo nuestro" si no está abierto a enriquecerse con otros?
Lo auténtico no teme la mezcla, el diálogo, la evolución.
Defender lo propio no debería ser sinónimo de levantar muros. Lo propio es valioso cuando se comparte, cuando se ofrece sin imponerse, cuando se vive sin compararse. Porque lo mejor no es lo mío ni lo tuyo. Lo mejor es lo que nos une sin uniformarnos. Lo que nos construye sin excluir.
Y conviene subrayarlo: afortunadamente, estos discursos excluyentes no representan a la mayoría. Son voces ruidosas pero minoritarias. La inmensa mayoría de personas que aman su tierra lo hacen desde el respeto, con los brazos abiertos, con ganas de sumar.
Saben que lo nuestro no se pierde al compartirlo. Al contrario: se enriquece.
Porque lo nuestro es valioso, sí. Pero no es lo mejor.
Es simplemente… lo nuestro. Y con eso, basta.
